MAGOVIA 2012
ASÍ LO VIVÍ YO
Yo no tenía intención de contarle
a nadie que no fuera de mi entorno mi experiencia al correr un ultramaratón, a
lo sumo publicar algo en la hoja parroquial. Después de darle vueltas el cuerpo
me pide contarlo.
En el mes de abril se celebraba
el Medio Maratón de Madrid. Yo, que soy un inconsciente, y además le echo un
morro increíble, consigo un dorsal a mi nombre. Hacía unos meses que había
conocido a un tipo excepcional, Claudio Heidel con el que salía a correr de vez en
cuando. Este, a su vez, me presentó a Katia Sanz, la que se convertiría en
pieza fundamental para que yo pudiera conseguir llegar a Segovia. Me entero que
Katia, en su preparación para el MAPOMA, va a correr el Medio Maratón, así que
le pregunto si no tiene inconveniente en
que vayamos juntos, y así lo hacemos. Fue una experiencia tan
buena para los dos y lo pasamos tan bien charlando por el camino que quedamos
encantados de haber compartido carrera. Justo cuando pasamos por Plaza de
Castilla le comento que el 22 de septiembre se celebra una prueba de 100km que
sale de ahí y llega a Segovia, que debe ser alucinante y que yo no me atrevo a
hacerla solo. Se interesa por ella y me dice que también le gustaría hacerla.
Mientras tanto salimos de vez en cuando a corretear por el monte, competimos en
alguna carrera más por ahí, y en una cena con Claudio Heidel decidimos que nos
apuntábamos y pactamos que nos esperaríamos el uno al otro si alguno
desfallecía con la idea de llegar juntos a Segovia.
Y llega el 22 de septiembre, 8:30
horas, Plaza de Castilla de Madrid. Con más nervios que otra cosa me veo en la
salida de un ultramaratón. A este equipo al que yo cariñosamente llamo “Pin y Pon”
se unen dos personas más: Claudio Heidel, que tomando unas cañas 15 días antes
decide acompañarnos, y Juan Seguí, al que conozco
físicamente esa misma mañana, a pesar de que ya nos conocemos a través de
Twitter y Facebook, y al que le digo la víspera si se quiere unir a nuestra aventura.
Dan la salida y empezamos a
trotar. Sin casi darnos cuenta ya estamos en Fuencarral. Claudio no va a su
ritmo bueno de correr, lo que le obliga a parar de vez en cuando para
esperarnos. Yo intento ir acompañándole pero sé que no es mi ritmo y así seguro
que no llego. En esto aparece mi primer ángel del día, Belén Díez, corremontes excepcional conocida de Claudio con la que contacté hace poco a través de Facebook.
Nos da muchos ánimos y así con ese “subidoncillo” continuamos nuestra aventura
camino de Segovia. De repente Claudio desaparece y es el primer momento de
tranquilidad. Llevaba un rato preocupado por tener a Claudio tan cerca, porque
no tenemos su nivel y para 10km él puede llevar nuestro ritmo pero para 100 le
acabaríamos quemando.
Poco a poco vamos avanzando. Nos
cruzamos con Rita “La Pelos”,
pomponera incansable. Llegamos al primer avituallamiento en Tres Cantos,
bebemos, sellamos y poco más que contar.
Continuamos poco a poco, pensando
en lo bien que había hecho Claudio en volar libre, por unos caminos un poco
secos pero ya metidos en el campo y alejándonos del asfalto. Adelanto a un
corredor que anda como un zombie, con síntomas de deshidratación. Le pregunto
cómo va y me dice que se va a retirar, que está fatal, que se ha quedado sin
líquido. Le ofrezco de mi bidón y le da un trago. Hace ya calor y si no eres
cuidadoso puedes deshidratarte, esa ha sido una de mis obsesiones durante esta
locura y gracias a los consejos de los veteranos “como sin hambre, bebo sin
sed”.
Así, casi sin quererlo, estamos
en Colmenar Viejo, Km 27. Entramos en el control, sellamos y comemos algo de
fruta. Me cambio de calcetines y veo
que de las temidas ampollas nada, cambio la camiseta,
refresco de cara y vuelta “al tajo”. El paso de Colmenar lo hacemos andando. Vamos
charlando de nuevo volvemos a la tierra. Nos vamos cruzando con ciclistas que
nos animan, ya se ve más cerca la
sierra. A veces miro atrás para ver imponentes las 4 torres
desde las que hemos salido. Seguimos troti-andando por los caminos. Juan Seguí parece que
va fresco y se adelanta un poco, aunque nos espera en las sombritas.
Llegamos al Puente Medieval,
nuevo avituallamiento. No queda fruta pero la bebida está fría. De vuelta a la
ruta sigo comiendo sin hambre y bebiendo todo lo que puedo, temo quedarme sin
gasolina o deshidratado, y en este tramo aparece mi muro. Seguimos por unos
secarrales enormes y la cabeza empieza a fallar, tengo calor, tengo sed y ¡¡oh
no¡¡ tengo HAMBRE. Se empiezan a encender las alarmas, intento comer un poco de
barrita pero empieza a no entrarme la comida. Mis compis me ofrecen frutos
secos y se me hacen una pasta en la boca, bebo y yo creo que empiezo a delirar,
pienso en un bar, en Manzanares y en un pincho de tortilla, daría mi reino por
una caña. Mis compañeros me tranquilizan y dicen que no me preocupe, que si hay
que parar a comer algo se para, y yo pensando por dentro “estoy corriendo una
ultra y me voy a parar en un bar a tomar un pincho”. En esto que tras una
cuesta más aparece La Pedriza
con su imponente Yelmo, nos hacemos una foto y bajamos corriendo en busca de
Manzanares. Al final de la cuesta encontramos a un corredor tirado, parece que
tiene calambres, paramos varios, alguien le da reflex, de repente aparece una
asistencia de la carrera y decidimos continuar.
Ya entrando en el pueblo aparecen
otros ángeles en el camino. Son tres niñas y su madre animando. Llevan las
camisetas del Club Tierra Trágame, le hacen la ola a Katia y nos dan muchos
ánimos a mi tocayo y a mí. ¡Me parecen la bomba!. Llegamos al avituallamiento
con bocadillos, fruta y bebidas. Sellamos y decidimos ir a una fuente a
recargar bidones y refrescar. Nos sentamos en una sombra, yo empiezo a intuir
una ampolla en el pie izquierdo pero me da miedo abrir y mirar por lo que pueda
pasar, y aquí cometo el mayor error de toda la carrera: debería haber cambiado
de calcetines.
Nos ponemos rumbo a Mataelpino
por un camino que se me vuelve a atragantar, la molestia del pie izquierdo empieza
a ser mayor y ¡horror! también empieza el pie derecho. Pienso que no hemos
llegado a la mitad y ya estoy con problemas serios. Mi obsesión es llegar a
Mataelpino aunque el dolor empieza ser importante, caminamos, corremos hasta la
cuesta de entrada al pueblo, y de nuevo las niñas del Tierra Trágame que le
vuelven a hacer la ola a Katia. Mis compañeros se adelantan unos metros y llegan
antes al avituallamiento. Yo empiezo a no poder más hasta que llego a un oasis
con fruta, líquidos, frutos secos... Como un poco de todo y le comento a Katia
que hay un puesto de Protección Civil que voy a entrar a que me miren los pies y me
animan a hacerlo. Cuando me tumbo en una camilla y me descubro los pies, la
cara de la chica que me atiende es un poema, me vengo a bajo. Me pregunta si
pretendo llegar a Segovia así, le digo que por supuesto que voy a llegar, me
curan horrorizados mientras veo a Katia y Juan pasar por la puerta y verme de
lejos. Soy consciente de que les estoy retrasando, les hago señales para que entren.
Salimos a la plaza de nuevo y veo
al papá de esas niñas del Tierra, me acerco y le digo que tiene un club de fans
de lujo. Sonríe. Llamo a casa, cuento mis penas, lloro, me dan ánimos que me
dan alas. Después de la curación hemos vuelto al camino. Los ángeles de
Protección Civil de Mataelpino que tan bien me han cuidado me dicen que en
Cercedilla hay otro equipo suyo y que me lo revisen y curen. Esa va a ser mi
imagen motivante durante los próximos kilómetros en los que el dolor va
aumentando. Pienso de todo, abandonar, dejarlo, no tiene sentido. Se me escapan
mis amigos aunque pacientemente me van esperando. Katia intenta darme aliento,
me dice que hay un momento en el
que el deseo de llegar se convierte en certeza de que vas a
llegar. He trabajado el coco menos de lo que debería, en este momento empiezo a
ponerme el caparazón y no dejo entrar los ánimos que tanto ella como Juan me
dan.
Comenzamos la larga cuesta de La Barranca con el único
aliciente de ver La
Maliciosa coronándola. Intento motivarme recordando que hace
un par de meses he pasado por allí con dos tipos geniales, Raúl Lara @Kbralok y
Beto Cruz dos corremontes excepcionales con los que he contactado por Twitter y
con los que he salido a corretear y montar en bici, pacientes con mi bajo nivel
deportivo, generosos con sus consejos, dos auténticos cracks. Raúl es tan majo
que unos días antes se ofrece a prestarme un aparatito que llevo atado a la
chepa para que mis conocidos y familiares puedan seguir mis evoluciones. Su fuerza me acompaña en este tramo tan duro, hasta
que llego al avituallamiento de La Barranca. No queda agua, pillo una naranja y un
poco de acuarius, me doy la vuelta y veo todo el valle bajo mis pies con el
embalse ahí. ¡Dios, qué regalo! Está atardeciendo. Vuelta al lío, un tramo de
asfalto en bajada que nos permite correr un poco. Juan se descuelga por una llamada, decidimos
avanzar y en este punto encuentro otro ángel más, un señor mayor que con un
ritmo constante avanza con solo una bolsa de gimnasio colgando a la espalda,
cuando llego a su altura le pregunto qué tal va, yo calculo que andará cerca de
los 70 años y empiezo a alucinar, ahí está, con su dorsal y sus zapatillas
Kalenji agujereadas en la
puntera. Me dice que va bien, que es la vigésima carrera de
100km que corre, que ha corrido 17 veces los 100km de Colmenar y las tres
ediciones de ésta, lo único que le preocupa es perderse de
noche por el monte. Mientras hablo con él veo que nos vamos a enfrentar con lo que paso a denominar
la cuesta de la muerte. Intento no mirar y pienso que soy la leche, yo voy con
mis Brooks Glycerin 9, mi
mochila técnica llena de geles, un Garmin colgando con el track de la ruta, más
el Spot que va dando mi posición cada 10 minutos vía satélite. Algo no funciona
en mi planteamiento de carrera, quizá haga falta menos material y más cabeza.
Por fin llegamos a la cuesta de
la muerte, vamos subiendo a buen ritmo. Juan Seguí contacta con nosotros en un
pinar que hay en
la cima y comenzamos a bajar corriendo hasta la carretera del puerto de
Navacerrada, lo que me permite comprobar que cuando más me duelen las ampollas
es bajando. Justo en este punto volvemos a encontrar a las niñas del Tierra,
les decimos que su padre está cerca y que va bien. Nada más pasarlas rompo a
llorar, entre el dolor y la emoción no puedo más. De nuevo Katia tira de mi,
intentamos correr y en medio del bosque, a 2km de Cercedilla, aparece otro
ángel, Jorge Fernández, más conocido en los ambientes como @Zerote. Jorge
es un tío con un corazón que no le cabe en el pecho, conocerle ha sido otro
regalo más que me ha dado esto de correr. Jorge debería de estar en esta prueba
con nosotros con su dorsal, que muy amablemente cedió a Claudio Heidel, pero
una lesión se lo impidió, así que para darnos ánimos decidió acompañarnos desde
Cercedilla hasta La Fuenfría,
en vez de estar en su casita con su mujer y su hijo. El subidón con su
aparición fue estratosférico, risas varias y llegada a Cercedilla.
Yo sólo sueño con que me curen
mis pies y poder seguir, empiezo a ver factible llegar. Intento comer paella,
nos cambiamos de ropa en medio de un patio con un montón de gente, quiero
hacerlo lo más rápido posible para no frenar a mis compañeros. Termino y
corriendo me voy en busca de de la asistencia. Pregunto dónde andan y se me cae
una losa encima cuando me dicen que no hay, lo único que me ofrecen es una
ambulancia que hay para emergencias. Así que toca o retirarse o intentar
arreglarse uno mismo el desaguisado. Se lo cuento a Katia y en ese momento, en
otro enorme gesto de generosidad, me ofrece retirarnos, ella está satisfecha con
lo que ha hecho hasta ahora. En segundos tengo que decidir qué hacer, en
principio me parece un mazazo enorme con lo que hemos sufrido hasta llegar allí,
además veo que ella va muy bien y que, aunque no me lo haya dicho, ya se ha
convertido su deseo en certeza de que llegará al final. Pienso que son 40km y
que aunque sea andando es posible acabar. Me pongo en una esquina, saco mi
botiquín y empiezo a intentar curar unas heridas que no me atrevo ni a mirar,
Katia de nuevo me ayuda y me pone un compeed en el pie. En esto que le suena el
móvil, es un mensaje, se emociona muchísimo, me cuenta que es un mensaje
inesperado por la persona que es y que le da muchos ánimos, me da un subidón y
más fuerzas. Mi corazón me dice que tengo que seguir aunque sea sólo por ese
pacto que hicimos. Vuelta al ruedo.
Decido llamar a casa y hablar con
mi santa. Le pregunto qué hago, aquí aparece el Juan indeciso, eterno indeciso.
Mi mujer me da ánimos, le cuento cómo estoy de los pies y me dice que he llegado
hasta allí, que ya sé lo que hay y que le dé aunque sea andando, que esto está
hecho. Le mando besos a ella y los dos loquitos. Creo que los enanos están muy
orgullosos del cascarrabias de su padre.
Cruzamos Cercedilla, recuerdo la
carrera de Navidad, decidimos cruzar el pueblo corriendo, la gente en las
terrazas se arranca a aplaudirnos, risas varias, el tándem Juan-Jorge es un
buen equipo para esta subida, se lo pasan bromeando a cada paso. Camino de las
Dehesas me siento bien dentro de lo que cabe, vamos andando, Katia me llevaba
preguntando varios kilómetros si ya el deseo de llegar se había convertido en
certeza, yo no lo tenía nada claro hasta este punto en que, de repente, estoy
ya seguro que sea como sea voy a llegar, kilómetro 68.
Con los frontales encendidos y
con cuidado de que no nos pille un coche, llegamos casi sin sentir a la
carretera de La República. Las
piedras del camino me recuerdan un pequeño problema que tengo en los pies,
aunque poquito a poco llegamos al avituallamiento de La Calzada Romana y aquí aparece
de nuevo otro ángel se llama Manu, lo conoce Katia, ya por la mañana nos dio
ánimos en la Plaza
de Castilla con una sonrisa y sigue con su sonrisa puesta. Hacemos bromas con él,
está con su camiseta del UTMB, otro crack.
Muchos kilómetros atrás Katia, a
pesar de mis constantes quejas, me insistía diciéndome que me olvidara de los
problemas que me quedara con las cosas chulas que nos estaban pasando y que
intentara minimizar los problemas, y aquí hay un problema, en mi vida diaria yo
soy mas de maximizar los problemas que minimizarlos, veo más las cosas chungas
que las chulas. Intento que esto no suceda aunque la guerra psicológica está
siendo dura, intento distraerme, pido apagar los frontales para ver el lujazo
de cielo estrellado, me estoy dando cuenta que empiezo a mal pisar en un
intento de cuidar mis ampollas y pienso que esto me dará más problemas a la
larga, así que aunque duela a pisar como si no pasara nada. Seguimos en la
carrera, hablamos de todo, intento disfrutar del mirador de los poetas y todo
el valle de la Fuenfría
iluminado, Katia me va preguntando sobre el recorrido y la voy guiando en un
intento de distraer la mente, me cuesta pero sólo pienso en que estoy vivo y en
carrera. Hacemos la subida andando, nos cruzamos con unas vacas que están
intentando descansar, saco el capote, les doy un par de pases y seguimos, me
digo a mi mismo: ¿qué pensarán estos animales de toda esta panda? El reguero de
frontales encendidos impresiona.
Y por fin llegamos a la Fuenfría, sello he
intento de tomar un café caliente. El voluntario está desbordado, dice que no
le da tiempo material a tener agua caliente para el café, un tipo que no quiero
calificar le recrimina que qué pasa con la leche, como si tuviéramos que tener
un bar a estas alturas. Sopla el viento, comienzan las tiritonas, me tomo un
gel con cafeína, el Paracetamol que Juan tan amablemente me ofreció en la mitad
del puerto parece que algo me ha hecho, no me imagino la que se me va a venir
encima. Decidimos no perder mucho tiempo aquí, hace frío y hay todavía 20km de
ruta. Nos despedimos de Jorge no sin agradecerle su gestazo de acompañarnos. Y
empezamos a bajar. Katia pide si podemos trotar un poco para avanzar más rápido
y los tres nos lanzamos cuesta abajo. Este tramo ya lo habíamos entrenado en
julio y ya sé a lo que me enfrento. Empezamos a correr en un camino lleno de
piedras en el que no es fácil encontrar una senda para poder hacerlode una
manera decente, además el cansancio hace mella ya. Propongo andar y esperar a
una parte de asfalto que será más favorable. Con la bajada comienza mi
autentico calvario cada micro frenada significan mil puñales en mis pies. Sugiero
llegar hasta la fuente de la
Reina y hacer un descansito allí. Me encuentro desorientado,
mis referencias para saber dónde estoy no aparecen fruto del cansancio, hasta
que de repente aparece la fuente. Mis compañeros dicen que no paremos, que
continuemos, voy con ellos, ya les he frenado demasiado. Vamos bajando, de vez
en cuando aparecen voluntarios en bici que nos dan ánimos, baja un coche, baja
una moto, somos un reguero de zombis con unas lucecitas rojas adheridas a la
espalda, me estoy empezando a descolgar ya no puedo más, de vez en cuando llamo
a Katia y le digo que no puedo llevar su ritmo, me van esperando, hablamos poco
o nada concentrados en el camino y esperando el avituallamiento que nunca
llega. Ves a gente sentada en el suelo, se empiezan a intuir las luces de
Segovia, en un camino largo, muy largo.
Por fin llegamos a la Cruz de la Gallega en el kilómetro 92
y este avituallamiento es un caos total. El pobre voluntario está totalmente
desbordado. Sellamos la ficha de control. Me siento un momento. Enciendo el
móvil, todavía tiene batería, cuidadosamente la he conservado limitándome a
publicar en tweeter un mensaje en cada avituallamiento, y a contestar algún que
otro whatsapp de mi hermana. Cada vez que lo encendía era un torrente de
menciones en Tweeter o Facebook con ánimos, era una pasada. En ese momento me
aparece un mensaje de las hermanas López, unas tías estupendas con las que
tengo un pseudo grupo de corrrerias asfalteras, #behindemusgo lo llamamos y no
acaba de arrancar. El mensaje me dice que están de fiesta y que no saben cómo
voy, que qué tal. Les contesto que
en el kilómetro 92, me dicen que soy un crack, ya no tengo
fuerzas ni para que me dé subidón. Después de esto decido comer una magdalena,
he visto que Juan come una, ¡uy! parece que no voy a comer magdalenas, en un
segundo han volado las que quedaban. Me pongo un café. En este momento Katia le
ofrece a Juan una silla para sentarse, este dice que no, que está bien de pie,
y ésta le llama a Juan Espartano, le dice que se ha equivocado de época. Estoy
de acuerdo, en 92
kilómetros no he oído una queja, un “me duele algo”, es
increíble. Unos metros o kilómetros antes, que ya no lo sé, en la trigésima vez
que me quejé Katia me dijo que ya estaba bien, que ya sabía lo que había y que hiciera el favor de
dejar de quejarme. Yo ya había entrado en “modonegativomedaigualloquemedigas”
hacía rato.
Nos intentamos motivar, sólo
quedan 11 kilómetros,
sabemos que es un camino polvoriento y sin ningún aliciente y que finalmente
nos llevará casi 2 horas realizar. La primera parte es un sendero estrecho en el que yo creo que sobrepasé
muchísimo el umbral de dolor que podría aguantar, no se si me llegué a marear
en algún punto, pero lo pase fatal, solo miraba atrás y veía una línea de
frontales bajando como nosotros. Pasamos un par de puertas y ya comienza el
camino aburrido en el que
ya vamos como autómatas totales. Mis compañeros se me vuelven a escapar unos
metros. Se acaba la pila del gps de Juan
que iba cantando los kilómetros que quedaban. Empiezo a
cantar yo los kilómetros con el mío en un intento de no perder contacto con
ellos, que ya es de unos 20 o 30
metros. Decido rendirme, ya estoy en Segovia, me baja un
poco la moral esto después de casi 100 kilómetros pero
me es imposible seguirles, se alejan, les dejo marchar ya llegaré.
Toda esta última bajada pienso en
la gente que realmente lo está pasando mal por una operación, por un accidente,
por una enfermedad, lo mío es pasajero, en un mes no me acordaré de estos
dolores. Nos acercamos a la civilización debo de ir más rápido porque empiezo a
adelantar a algún corredor al que saludo con un hola. Llego hasta un cuartel
militar, ya sé que no queda nada y empiezo a caminar más fuerte hasta una
rotonda donde alguien da indicaciones a los que andan despistados con las
señales, escasas a estas alturas. La voz de ese alguien me es familiar, es
Katia que está con Juan, me agarro a un clavo ardiendo y cruzo recto la rotonda
para contactar de nuevo con ellos, ya no queda nada. Bajamos hacia el acueducto,
Katia siempre unos pasos delante. Voy junto a Juan, no se si vamos a la misma
velocidad porque me está esperando o porque no puede más. Le digo que le
admiro. Nos cruzamos con un coche que nos pita, te da moral. Avanzamos firmes,
bueno todo lo firmes que podemos, Katia se nos empieza a escapar, Juan dice que
no sabe de dónde saca las fuerzas para avanzar tan rápido. Nos seguimos
cruzando con gente, son mas de las 4 de la mañana y nos dan ánimos, nos dicen que la
meta está ahí, se lo agradecemos con las pocas fuerzas que nos quedan. Nos
gritan desde un coche ¡GLADIADORES! ¡que fuerte!. Ya asoma un poco del
acueducto por una calle. Pienso que en la siguiente curva Katia estará
esperándonos. Llegamos a una zona peatonal, le digo a Juan si quiere que
empecemos a trotar para llegar corriendo, me dice que espere un poco, seguimos
avanzando hasta que ya empiezo a ver gente que en una curva esperan la llega de
corredores, empiezo a oír aplausos y ánimos que me dan alas y arranco a correr.
Llego a la plaza no veo bien el arco de meta, y no veo a Katia. Sólo se me
aparece la figura imponente de Claudio con una sonrisa en la cara, miro al
acueducto y veo que
he llegado. Junto a Claudio está Katia con otra sonrisa. Claudio me da el
abrazo más grande que me hayan dado nunca. Rompo a llorar. No me esperaba su recibimiento.
Hace 4 horas que él había acabado esta misma carrera y en vez de irse a su casa
a descansar, en otro gesto de generosidad tan grande como él, decidió
esperarnos y confiar en que
llegaríamos. Nos abrazamos todos y nos felicitamos, nos dan una medalla, la
enhorabuena y dos besos. Me siento un atleta olímpico, genial.
Como le dije a alguien muy
importante en esta historia, esta no fue la carrera que yo soñé, y esto me pasa
por soñar. En una carrera así he aprendido que no hay que soñar, que hay que
limitarse a vivir, a vivirla lo mejor posible, a disfrutar de todo lo que nos
rodea, intentando minimizar los inconvenientes que van surgiendo.
Cuando bajaba el puerto de la Fuenfría me jure que
nunca mas me metería en una historia así, que no merecía la pena. Qué
equivocado estaba. Ha merecido la pena todo, cada gota de sudor, cada pinchazo
de dolor, me ha sido devuelto multiplicado por 1.000. Gracias
Quiero agradecer a toda esta
gente su ayuda, seguro que me olvido de alguien y ese alguien me lo sabrá
perdonar.
A Katia Sanz, atleta tan novel
como yo, pero mil veces más disciplinada que yo, llegarás allá donde te
propongas. Si no es por ti no llego, hubiera quedado en una cuneta. Gracias por
tu infinita generosidad.
A Juan Seguí, el tío más Espartano
que conozco, tu buen humor me sacó de más de un bache por el camino. Espero
compartir más kilómetros y risas contigo.
A Claudio Heidel, por tus
consejos, paciencia y por tu espera.
A Jorge Fernández, porque es un
tío grande donde los haya, generoso, divertido, y que se sabe reír hasta de sí mismo.
Tu compañía en la ruta fue increíble.
A Raúl Lara, por su generosidad,
amabilidad y buenos consejos, y por creer que sería capaz.
A Marta, Natalia y Raquel López,
y Maite Oria, por vuestros constantes ánimos chute de moral durante la ruta.
Espero compartir muuuchos kilómetros con vosotras.
A Belén Díez, pedazo de crack,
por tus ánimos y consejos a este aprendiz de corredor.
A los voluntarios, y gente que nos animó por el camino.
Y, cómo no, a mi familia que me
aguanta estoicamente con mucho cariño, y a mi mujer y mis hijos pilares de este
grandullón. Mil besos.
Gracias de verdad.
Estooooo… ¿cuándo es la próxima?